7 mar 2007

Gerrard, capitán del Liverpool


Los hay que juegan para divertirse. También están los que juegan para poder vivir (Batistuta dijo alguna vez que a él no le gustaba el fútbol), y los hay que viven por y para el fútbol. Cuando terminan de jugar, intentan seguir jugando. Y cuando no pueden jugar más, se van a casa a ver fútbol. Así vivo yo y así vivía Steven cuando era aún niño.

Gerrard, capitán del Liverpool, ganador de una Copa de Europa. Lleva en el conjunto del Merseyside desde los ocho años. Hasta ahí todo normal. Pero de la mano de José Larraza, en El País, pude conocer un dato que desconocía del capitán red. A los nueve años, una temporada después de recalar en el club de Anfield, el pequeño Steve ya cumplía el perfil de obseso del fútbol. Pero a Gerrard no le bastaba con jugar en las categorías inferiores, ni con acudir cada quinces días al Kop, mítica grada del estadio del Liverpool. Gerrard se pasaba todo el día pegado al balón.

Jugaba cerca de casa, en un vertedero que hacía las veces de Anfield Road. Cierto día, mientras imitaban a sus ídolos, el balón salió de la muchachada y fue a parar a una hilera de ortigas, que abundaban aquel campo de juego. El esférico no era visible, escondido en aquel entramado. El partido bien se pudo dar por terminado, a falta de balón. O bien se podría haber buscado otro. Pero no, Gerrard sacó ese amor por el deporte rey y quiso seguir jugando: allí y en aquel momento. Se remangó los calcetines, metió su pierna derecha entre la mata de ortigas, y golpeó con todas las fuerzas que le quedaban.

El resultado fue casi fatal. Una punta de un rastrillo atravesó uno de los dedos del canterano red. Los médicos decidieron que la mejor solución sería amputárselo. El director de la escuela del Liverpool frenó la operación, y consiguió que finalmente no se lo amputaran. Y ahora Gerrard lidera tanto el equipo de su vida como la selección de su país. El dedo está en su sitio, el crecido Steve mostrando su capacidad futbolística dondequiera que vaya y los aficionados disfrutando desde el Kop del niño que un día quiso ser liverpudlian.


Una curiosa historia con final feliz. El eterno futbolista, por querer jugar al fútbol, casi tiene que dejar de hacerlo. La vida te da sorpresas. El fútbol da paradojas.

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